El boom latinoamericano.


Entrada obligatoria, por persona obligatoria.

Es curioso pensar que en las clases de literatura y lengua española un profesor te habla de los autores, y no sé si es cosa mía, pero cada vez que mencionaban nombres y nombres de hombres que yo no reconocía,  mi cerebro pensaba en que todos ya estaban muertos.
La literatura en forma llego hasta mis oídos a los dieciséis años, antes todo era efímero.
Después de tomar clases, la investigación posterior me llevo a buscar textos de quienes me habían platicado. García Márquez era uno. Y entonces resulto que el hombre estaba vivo. Y entonces resulto que el primer libro que mi mamá me leyó, con pastas duras, de color azul brillante y con la imagen de una luna eclipsada y unas aves al costado, inscrito en la portada con letras blancas: Del amor y otros demonios. Era de ese hombre.
Esa historia que tuve que revisar por segunda vez, porque en el momento en que yo escuchaba la lectura de mi madre, no entendía de lo que se trataba.

Le tome un cariño inocente y banal. En realidad no fui seguidora de su vida, en realidad siempre me interesaron sus letras más que sus riñas y sus gracias.
Que gusto y que placer haberlo conocido en textos. Está opinión es intrascendente, esto es realmente innecesario.

Era justo que me entristeciera. Es justo que me alegre porque las letras son inmortales.

Quien fuera personaje de sus novelas, quien fuera afortunado de vivir en los escenarios que describía, quien fuera letra para haber sido creado por una mente tan creativa. Una mente que compartió en sus textos, una imaginación que dejo descritas las escenas amorosas más intensas que he leído. Que dejo para recordar las trayectorias de vida de personajes que en ningún capitulo te piensas que va a suceder.
Que él se va pero nos deja las novelas, en libros que duran suficiente para este pequeño trozo de papel que escribimos con tintas delebles, llamada vida.

Más como él.