Desayuno


Autor Rafael Meneses Prado


Aunque asombre a algunas personas, del desayuno depende la memoria y la capacidad de aprender y concentrarse. Esto ocurre porque en el cerebro, el equilibrio o desequilibrio de sustancias como la dopamina y la serotonina estimula o adormece nuestra capacidad de concentrarnos y de atender. Los niveles de estas sustancias cerebrales dependen, minuto a minuto, de lo que hemos comido. Un desayuno capaz de mantenernos despiertos, alerta e inteligentes debe contener suficientes proteínas, además de carbohidratos. De lo contrario, no cumplirá su efecto positivo. Como se sabe, en las mañanas nuestra capacidad de atención, de concentración y de alerta depende especialmente, de que haya un continuo aporte de glucosa al cerebro, en vista de que ese órgano no posee ningún sistema para almacenar combustible, y debe tomarse en pequeñas cantidades de glucosa en la sangre para poder funcionar. Durante el sueño nocturno, la glucosa en la sangre se mantiene estable gracias a que el hígado produce glucosa, pero en las mañanas de acuerdo con los ritmos circadianos de nuestro cuerpo- entran en funcionamiento otros sistemas hormonales y los niveles de glucosa sanguínea (y por tanto el alimento de nuestro cerebro) dependerá de lo que comamos. De manera que de los alimentos que incluimos al despertar dependerá el rendimiento escolar, la capacidad de concentración, la capacidad de analizar la información y de evocar los conocimientos aprendidos. Ya lo hemos dicho: un desayuno lleno de azucares o harinas, en vez de mantener estables los niveles de glucosa ocasiona una baja de azúcar a media mañana. Eso significa que darle al niño solo pan, galletas, avena, mermelada, juego de naranja, refrescos, café o te con azúcar, no funciona. Estos deben ir acompañados o rellenos de leche, queso, jamón, pechuga de pollo o de pavo, en fin, de proteínas, las cuales, en el hígado, se van transformando en pequeñas cantidades de azúcar que pasan gradualmente a la sangre. De esta manera el cerebro tiene combustible continuo durante muchas horas. Además las proteínas estimulan directamente la síntesis de adrenalina y dopamina en el cerebro, las cuales elevan nuestra atención y capacidad de estar alerta. Si nuestro hijo -por inapetencia o porque no le gusta- desecha el queso o las rebanadas de pollo, jamón o pechuga, sobrevendrán dificultades en su cuerpo: se producirá una violenta elevación del azúcar sanguíneo, que estimula la producción de insulina y se producirá una abrupta baja de azúcar cerca de dos horas después de haber terminado de desayunar. Es decir, perderá capacidad de concentración y rendimiento. Siempre que habrá que insistir con los hijos en que, aunque ingieran poco, al menos consuman alimentos ricos en proteínas, como leche y pollo, entre otros, pues si se llenan solo de harinas (papas, pan, arroz, maicena, avena, cebada), engordaran, pero no estarán atentos ni fuertes. Por lo demás, se ha comprobado que, en general (adultos y niños), quienes consumen únicamente azucares en el desayuno (café y galletas por ejemplo), cuando llegan a la hora del almuerzo sufrirán otra baja de azúcar en sangre, pasadas dos horas, por mas proteínas que allí ingieran. La falta de proteínas en el desayuno es irrecuperable y por más que se coman a otras horas ya no habrá manera de encender la mente. -No hay manera: no soporto desayunar. Quiero bajar de peso, pero en todas las dietas me dicen que tengo que comer en la mañana. A mi me basta con mi cafecito y, si acaso, una galleta. ¿Por qué tengo obligatoriamente que desayunar? - Una buena razón para desayunar es el beneficio intelectual que recibimos. Otra razón es el daño que provocamos en nuestro cuerpo con el ayuno mañanero. Imaginemos el proceso. Suena el despertador y el cerebro empieza a preocuparse: Ya hay que pararse y nos comimos todo el combustible. Llama a la primera neurona que tiene a mano y manda un mensaje a ver que disponibilidad de glucosa hay en la sangre. Desde la sangre le responden:Aquí hay azúcar como para 15 o 20 minutos, nada mas. El cerebro hace un gesto de duda, y le dice a la neurona mensajera: De acuerdo, vayan hablando con el hígado a ver que tiene en reserva. En el hígado consultan la cuenta de ahorros y responden que a lo sumo la cosa llegan a 20 o 25 minutos, y sin IGV. En total no hay sino cerca de 290 gramos de glucosa, es decir, alcanza para 45 minutos, tiempo en el cual el cerebro ha estado rogándole a todos los santos a ver si se nos ocurre desayunar. Si estamos apurados o nos resulta insoportable comer en la mañana, el pobre órgano tendrá que ponerse en emergencia: “Alerta máxima: nos están lanzando un paquete económico. La cortisona, sáquele lo que pueda de glicógeno a las células musculares, los ligamentos de los huesos y el colágeno de la piel. La cortisona pondrá en marcha los mecanismos para que las células se abran cual cartera de mama comprando los útiles escolares, y dejen salir sus proteínas. Estas pasaran al hígado para que las conviertan en glucosa sanguínea. El proceso continuara igualito hasta que volvamos a comer. Como se vera, quien crea que no desayuna se esta engañando: se come sus propios músculos, se autodevora. La consecuencia es la perdida del tono muscular, y un cerebro que, en vez de ocuparse de sus funciones intelectuales, se pasa la mañana activando el sistema de emergencia para obtener combustible y alimento. ¿Cómo afecta a nuestro peso? Al comenzar el día ayunando, se pone en marcha la estrategia de ahorro energético, por lo cual el metabolismo disminuye. El cerebro no sabe si el ayuno será por unas horas o por unos días, así que toma las medidas restrictivas más severas. Por eso, si la persona decide luego almorzar, la comida será aceptada como excedente, se desviara hacia el almacén de “grasa de reserva” y la persona engordara. La razón de que los músculos sean los primeros utilizados como combustible de reserva en el ayuno matutino se debe a que en las horas de la mañana predomina la hormona Cortisol, que estimula la destrucción de las proteínas musculares y su conversión en glucosa. Cuando este mismo ayuno se presente en la noche, porque el individuo ha omitido la cena, la situación es distinta. En las horas nocturnas predominan las hormonas que orientan al organismo a usar la grasa de reserva como combustible de emergencia. Así, quien omite la cena pierde grasa y no proteínas musculares. Por eso es tan importante atender el viejo y conocido refrán popular: DESAYUNA COMO UN REY, ALMUERZA COMO UN PRINCIPE Y CENA COMO UN MENDIGO.


Digamos que me gusto, aprender con cosas como esta es más facil.