Los hombres de la casa.

Cuando pensamos en un ejemplo de la actitud machista y de la condición desigual de la mujer frente al hombre volteamos primero al exterior a buscar lo que según nuestros ojos tapados no quieren ver, porque eso no puede estar sucediendo cerca de nosotros. Eso es algo que la gente comenta pero que nosotros no conocemos. No existe.
Aprendemos siempre lo malo de las personas, nos burlamos de las buenas actitudes y justificamos nuestros monstruos con una actitud despreocupada y aceptada de que así nos educaron o de que así eran quienes nos educaron.
En esta casa y digo casa porque hogar significa algo distinto, se han amargado tanto las cosas que es insoportable mantenerse en la misma habitación por más de veinte minutos, que es lo que suele durar la hora de la comida. Es necesario separar los tiempos y cronometrarlos para no atravesar con el otro, los espacios comunes se han hecho un campo de minas donde en cualquier momento puedes encontrarte un bultito  de tierra que estalle. Invadir otras habitaciones es incómodo, primero para el que entra porque es extraño y nada reconoce, y segundo para el dueño que siente más rareza de lo normal porque no sabe si mirar, hablar o quedarse quieto como presa a esperar que salgan de su territorio.
Los hombres de esta casa son iguales, uno mejor que el otro, pero ese camina en cuatro patas y no se le puede considerar humano. El otro par descansa suavemente sobre la acogedora gentilidad femenina, que más que bien educada, se ha tatuado en el cerebro que su responsabilidad es proveer servicios eternos que cada quien pudiera hacer, y junto a este grabado en letras pequeñas se ha implantado la idea de que esto no ha de molestarle en ningún momento. El par del que hablo se educó de diferentes maneras pero al final aprendieron la misma cosa, imaginemos que uno le enseño al otro, o bien podemos pensar que es una condición general masculina.
Ambos aprendieron a herir sin darse cuenta y a tener la suficiente capacidad de cinismo para ignorar lo que han hecho. Lastimar sin utilizar un solo dedo, haciendo una exitosa exhibición del dicho: a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa. Si es mentira que no se dan cuenta, el teatro y la actuación magnifica es digna de aplaudirse o de pensar que se tiene que ser lo suficientemente estúpido para no darse cuenta de lo que provocan sus acciones y actitudes que terminan desmoronando el espíritu.
Aquí ha pasado desde hace años, el problema es que las personas son como baldes, que se van llenando, que se van atiborrando de cosas que después de un tiempo tienden a desbordar.