De mirada dormilona.

La primer mirada cruzada del curso, avanzada la tarde no hay tiempo de hacer la digestión descansando. Sentada sobre los muslos doloridos y con nervios por el sentimiento de inferioridad. Sacando la libreta de notas para anotar las trivialidades, nombre de la materia, profesor, horario y fecha: cinco de agosto del año sumado como siete.

La puntualidad es algo que se queda en los primeros días de clase, cuando no se conoce a nadie y entonces se apresuras para elegir un lugar donde lo ideal es no ser interrogado por el profesor y un poco menos por los compañeros. Esperar afuera de una puerta metálica con una rejilla que pretende ser una ventana, esperaba escuchando los saludos de los ya conocidos. Mientras la mirada dormilona recorre el pasillo que queda adyacente a la puerta de entrada, apenas voltea a un mar de personas que también esperan, es demasiada gente para un pasillo tan angosto. Pasa al frente apenas mirando de reojo para reunirse también con el vulgo y estrechar manos conocidas. Y los pensamientos se le revuelven entre la despedida y lo que ya no tenia ganas de descubrir.

Nada inquieta ya la tarde más que la insistencia de voltear a ver que hace el otro, alejado a seis bancas de distancia, con los brazos apoyados en la mesa y entre estos apenas unas hojas blancas, sin un broche siquiera para evitar el extravió.