Con el rojo brillante.

Entro envuelta en telas rojas. Lo primero que vi al entrar fueron los pies atrapados en unos zapatos brillantes y de color rojo chillante, tacones muy altos, apretados al sostén de la estructura. Puedes ver todas las arrugas que se forman en la parte delantera del pie, parece que punza, parece que asfixia.

Las piernas no tienen forma alguna, sus pantalones rectos de satín rojo chillante, espantoso. Se ven como dos trozos largos de tela que caen desde la cintura, la cintura que imagina la pretina de sus pantalones. En la blusa hay un contraste negro que se encima en una tela suave, parece que intentan ser flores pero se confunden con manchones. 

Se paró  en medio de todos, se plantó gigante, monumental y  firme junto a las demás personas. Respirando con dificultades el aire caliente que inspira por la nariz y que exhala por los labios entre abiertos. Silbando por los dientes.
Me parece que está clavada, se ve inamovible, me distraigo y veo sus manos que llaman mi atención. Los dedos regordetes adornados con tres anillos, uno en el anular con una piedra opaca, lo más alejado  a un diamante. Las pulseras de la muñeca redondean y aprietan la carne, que se ve más blanca en los torsos donde la luz no explora.

Las manos se ven tan suaves, con cada una de las uñas pintada y contrastando en la piel blanca  con pecas de sol que me hacen imaginar algodón moteado.
En el rostro los labios pintados bruscamente de color rojo, con las líneas desdibujadas en las comisuras, donde no entiendo si empieza una sonrisa  o termina una mueca.  Toda la piel está brillando, hay diamantina regada por las mejillas donde se asientan los ojos grandes que parecen escurrirse por los lados de su rostro. Es un rostro maduro, surcado  de arrugas que han sido modeladas por lágrimas, y otras por sonrisas. Encima de ellas está empolvado de colores que huelen a dulces y rosas. El cabello acomoda el ovalo que forma su cara, apenas alcanzando sus hombros, unos cabellos  amarillentos y secos. No son lacios y tampoco son rizados.

De repente sale de mi vista, se hunde entre las personas, una frente a otra y apenas puedo ver la mano regordeta sosteniéndose con firmeza.