Sweet.

Desde que tengo memoria mi abuela siempre me ha dicho que soy muy perseverante y que por eso logro hacer lo que me propongo. 
Esto lo decía cuando me veía bailar a un lado de mi hermana intentando hacerlo igual que ella, decía que notaba mi esfuerzo por hacer los mismos movimientos, al ritmo de la música, intentándolo aunque careciera de gracia. Lo dijo cuándo no podía andar en patines y sufría caídas de nalgas en el asfalto, o de rodillas y sin meter las manos. Recuerdo la palabra perseverancia  porque era una palabra que a esa edad yo no entendía lo que significaba, no hasta que comencé a leer. 

Y cuando comencé a leer le conté que no me gustaba dejar a la mitad los libros, que me sentía mal sino los terminaba, aunque en realidad no estuviera disfrutando la lectura. 
No había escuchado a nadie más que a ella, llamarme de esa forma y cuando finalmente logre entrar a la Universidad, después de mi larga estancia en la calle de la amargura que me tome, me dijo algo como: Siempre has sido muy perseverante y esa es tu mayor virtud. Miento si digo que no lo recuerdo, esas fueron las palabras exactas, pues son de las pocas cosas que memorizo tal y como sucedió.

Entiendo que me quiera mucho, que está orgullosa de mi y esas cosas, pero no creo ofenderme si me diga la verdad,  si me llama por el adjetivo más acertado a lo que hago. Soy aferrada y no puedo cambiarlo, ni me gustaría cambiarlo, ni me gusta que lo llamen perseverancia. 
Pero a ella la quiero mucho y se lo permito.