Eleuterio.

Quería inventarle una historia de amor a un hombre que llevara por nombre Eleuterio, no encontré ningún nombre de mujer que hiciera buena pareja con él.
Resulta que Eleuterio es una persona muy seria y retraída, que tiene una  rutina estricta, tatuada en el tiempo. Eleuterio se levanta por la mañana y toma café sin azúcar, sin crema y sin ganas de ser café. Es extraño que siempre haya café caliente en la mesa de la cocineta, es inexplicable, pues Eleuterio vive solo.
Camina al trabajo siempre, a los veinte minutos antes de la hora de entrada Eleuterio ya está doblando en la esquina  de su calle para dirigirse a su trabajo. Eleuterio no vende nada, él solo administra cuentas bancarias.
A media jornada laboral es la hora del descanso, los demás oficinistas salen a fumar cigarrillos y a beber café caliente en vasitos de papel, él no sale hasta que solo quedan los morosos que entran al último.
Saluda a los de alrededor, toma un cigarrillo de tabaco americano que produce y comercializa una marca británica y lo enciende, apenas con la flama de un viejo encendedor de metal, que tiene desde los dieciséis años, cuando comenzó a fumar. Fuma y no toma café. Cabizbajo se acerca a sus compañeros que le preguntan cómo le fue con la última mujer a la que le invito a su apartamento y Eleuterio siempre responde lo mismo: no era la indicada.

La ultima calada y alcanza la puerta del edificio de catorce pisos, donde el séptimo es el lugar del trabajo, sube las escaleras por temor a que el elevador deje de funcionar.
La última historia de amor de Eleuterio fue tan demandante y  trágica que se juró jamás volver a salir con mujeres de piernas bien torneadas, lánguidos brazos,  con el torso entallado, de cabellos claros y rizados sintéticamente y con fragancia a flor de jazmín que penetraba hasta los poros de la piel.
Eleuterio odia los jazmines y se estremece cuando en la oficina cambian de aromatizante por olor a flor de jazmín.  Desde hace más de tres años que Eleuterio empezó a detestar muchas cosas como el whisky con hielo, como a las mujeres con ojos claros y piel bronceada.

Y como no quiere recordar, no cambia nada de lo que hace todos los días. Porque así fue como la conoció, caminando en otra calle que no era del camino más corto a casa. Tomando café frió en las mañanas y llegando tarde al trabajo por pasar diez minutos más con ella en la mañana. Ahora todo es estricto y cuando Eleuterio requiere de compañía frecuenta los mismos sitios donde sabe que no se encontrara de casualidad con ella.
Desde ese tiempo Eleuterio dejo de leer las noticias internacionales, porque el ya no pretende viajar a ningún sitio. Trescientos hábitos más se tuvo que olvidar y otros trescientos se tuvo que invitar para poder estar en paz.
Ya no puedo escribir más sobre Eleuterio sin terminar hablando de María.