El veraneo

Al final resulto que me fui a la playa, que me di cuenta de que tanto conozco a mis amigas y que me sentí muy ñoña y algo nenita. Queriendo nadar todo el día, queriendo explorar las playas menos conocidas.

No fue el viaje que esperaba me quedaron a deber un poquito más de diversión y un poquito mucho más de fiesta y no fue culpa de la playa o de los extranjeros sino de lo floja, aburrida e inconforme puede ser la gente. En serio, me sorprendí y también medí mis niveles de paciencia.
No me amargo en los viajes no me gusta pero la gente floja me exaspera. Me pregunte muchas veces si valió la pena haber gastado todos mis ahorros del verano si había valido la pena haber ahorrado con tanto esmero pero me respondí que si lo valió porque al final me enamore de Oaxaca.

Lo que valió la pena; los paisajes verdes y llenos de vegetación, el mar azul y tibio, el sol que me entraba por la piel, la arena incandescente con miles de conchitas, las rocas estancadas con la marca de donde sube la marea, los cangrejitos, los pececitos y también las abejas que me alegraron el viaje.
Las personas de la playa que también fueron muy amables, los secretos de las seis de la mañana y las cervezas que me acompañaron en momentos bochornosos. La caminata en la mañana con el sol naciendo y al mismo tiempo siendo opacado por las nubes, hasta la lluvia de la media noche que nos acoso todo el sábado y que alboroto el calor me encanto.
Y todo lo que no me gusto... ya no lo recuerdo.


Puerto Escondido. ¡Cásate conmigo!