Carmen.

Estaba jugando con cera de Campeche, la arrancaba de un viejo porta retratos que quite de mi puerta. Las remodelaciones continúan y los portarretratos que hice hace más de tres años son obsoletos. 
La cera de Campeche me recuerda a mi maestra del tercer grado de primaria, la recuerdo poco pero era una buena maestra, en realidad no recuerdo bien que aprendí ese año en el colegio pero sé que era amable y olía a perfume de lavanda.

Tenía los cabellos teñidos de un color rubio en el resaltaban las necias canas que le nacían de las sienes, se levantaba el cabello con una peineta que apenas y alcanzaba a morder todo su pelo, quebrado y muy rebelde. Siempre de traje sastre en colores cálidos y discretos, la falda poco arriba de la rodilla y los tacones color melón que combinaba con casi todo.
Saco de mangas largas y blusa casi siempre blanca, con aretes de perlas en las orejas y un pretendiente en forma de búho en la solapa. Se maquillaba con frecuencia las mejillas y retocaba los labios de color carmín. Era mi maestra favorita antes de llegar al quinto grado.

En la lista de materiales para el ciclo escolar siempre pedía cera de Campeche y cuando estábamos a mitad del ciclo escolar lo apuntaba en el pizarrón con el gis blanco que rechinaba "cera de Campeche". Nunca entendí para que necesitaba tanta cera, en realidad no usábamos tantas láminas.
Me intrigaba por saber porque siempre cera de Campeche específicamente, para que necesitara tanta y si no era muy molesto pegarse los dedos con ella. Recuerdo que era una intriga que olvide con el paso de los años.