Poniente.
Había pasado desde sus años más jóvenes haciendo
lo que debía de hacer, llevando de forma moralmente correcta sus relaciones.
Estando en consenso con los ajustes de la sociedad y calificando sus acciones
como buenas y en el adecuado.
Llevaba manejando su vida en un carril que iba
derecho y sin tropezar, sintiendo una satisfacción propia que aprobaba la
comunidad, porque no quería recibir un castigo o una consecuencia de
comportarse de forma diferente.
Contaba con que siempre había hecho las cosas
bien y que no hacia las cosas mal porque no le gustaría que así le pagaran las
buenas acciones que llevaba a cabo, siempre poniendo por delante a las personas
ajenas a su vida, cuidando sentimientos que no le pertenecían y sacrificando
los que poseía. Pero ya estaba cansada de ser esa parte que se preocupa y que
respeta, porque aunque esperaba que su pensamiento fuera el mismo en otras
personas, nada de eso sucedía. La gente respondía de forma negativa, siempre al
contrario de sus acciones, lo cual no parecía justo. Pues ya se cuestionaba por
qué tenía que ser buena, por qué tenía que hacer las cosas 'bien'.
No era algo personal simplemente, ajeno a los
intereses de quien no conoce. Esto funcionaba como justificación de sus
acciones y le apaciguaba remordimientos, que se fueron deslizando al pasar de
los años. En realidad nunca fue un interés altruista, porque enmascarando su egoísmo
anteponía su interés por las personas, aparentando hacerlo bien por ellos y no
por la consecuencia.
Era muy difícil desprenderse de esa idea porque
existe una educación que se nutre desde los primeros años de vida, pues había
que ignorarla y cuestionarla, hasta qué punto era válido tenerla en cuenta y
por qué hacerlo.
Hasta ese momento las cosas no se veían tan mal, hacía
falta esperar a que la copa se reventara.